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Segunda nostalgia: amor, desamor y olvido

  • Foto del escritor: Jose Baraybar
    Jose Baraybar
  • 5 oct 2016
  • 3 Min. de lectura

Llegué presuroso del viaje de aquel país tropical; recuerdo que en esa despedida, entre pescados frescos y tantas cervezas, adormecidos todos por el vaivén del Caribe, nos despedimos efusivamente, sabiendo que sin querer habíamos llegado al punto del cual ya no podríamos regresar. Recuerdo que era cumpleaños de Mishelle y como siempre estaban todos en la azotea, con las sombras de Barranco y el campanario de fondo. La halé a un lado y con esa cara de quien tiene una noticia que ya no cabe en tu pecho, le dije que me había enamorado, que después de ese encuentro fugaz y poco reposado, esa persona había roto las barreras que separaban la razón de la angustia, el cálculo, del caos y que simplemente me había entregado, y que eso debía ser amor, y que de ahí en adelante la vida me daría solo sonrisas. Mishelle me abrazó fuerte, la felicidad es contagiosa- me dije.

Pasó el tiempo, con altos y bajos, y la felicidad dio paso a la realidad, que no siempre es tan feliz como te la imaginaste, o como te hubiese gustado que fuera. Por tus pulsiones, por tus fracasos, por tu rutina, por tu falta de atención, por tu cara gruñona, por esa sonrisa que no llega, ese sueño se desvanece cual pompa de jabón, y las mismas mariposas que sentiste en la boca del estómago, se convierten en pájaros perversos, cuervos insolentes, que solo te picotean las entrañas.

Recuerdo aquella noche, o ¿seria tal vez una mañana? Cuando recibí aquel mensaje: se iba a la isla tropical a buscar el remanso perdido en esa misma playa ¿otro amor tal vez? Algo nuevo, mas alegre y promisorio. Al amanecer, descubrí que esa cama ya no era compartida, que ese sueño se había quedado trunco, por necedad, soberbia, inutilidad o por pensar que tenías todo y que no había que hacer nada para mantenerlo.

Entonces una tarde o una mañana, entre Cotzalcoalcos y Paris o entre Guanajuato y Goma, al escuchar esa misma música, la misma con la que juraste amor eterno o preparaste este plato, se te inundan los ojos de lágrimas, y estas fluyen sin temor delante del sorprendido acompañante, que sabe que tú nunca lloras.

Para mi, el amor siempre ha sido una combinación de momentos, colores, sabores y olores. La primera vez que me aventuré a experimentar un curry, es luego de entender que en realidad el termino “curry”, se refiere a la combinación de especias y no a una especia en particular. A partir de ese momento el preparar un curry se convirtió en un ejercicio de alquimia, en un crisol donde los olores y sabores del recuerdo, al mezclarse daban luz a algo mejor que la suma de sus partes. La fragancia de este plato evoca para mi, los momentos de paz y de ensueño, mientras que el toque acre es un recuerdo que nada dura para siempre y si quieres que dure hay que cuidarlo.

Este plato es para todos los que aman, para quienes amaron, para quienes fueron amados, para quienes dejaron o fueron dejados, para todos aquellos a quienes duele mucho recordar y prefieren olvidar, para todos aquellos que solo vieron belleza en la cara del otro y se perfumaron en los aromas que solo los ingredientes del amor pueden producir.

Cada bocado es una explosión de sabores y perfumes que se mezclan como aquella persona única que tuviste en tus brazos, como cada despertar juntos y como cada noche en que esos perfumes, se fueron para siempre. Cada bocado es una celebración al amor, presente, ausente o ido.

 
 
 

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