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Primera nostalgia: Familia, amigos, Arequipa

  • José Pablo Baraybar
  • 9 jul 2016
  • 2 Min. de lectura

(Con el tío Mariano, el flaco)

Primera Nostalgia. Familia, amigos, Arequipa

En mi infancia y juventud sólo existían los camarones. Eran un ingrediente de lujo que probé por primera vez, en un accidentado viaje a Arequipa con mis padres en 1976. Fuímos en un Volkswagen destartalado que murió, pero cual Lázaro volvió a la vida en Chala y nos permitió llegar a ver a la familia: al tío poeta, a la tía bohemia, a los otros tíos no tan bohemios, a los primos poetas-bohemios-mayores que yo-mis ídolos.

Más adelante, conocí los langostinos; así de lejos nomás, en algún mercado de la capital. Demasiado caros para mi presupuesto; cuando los veía cruzaba a la otra acera o fingía no conocerlos. Un día mi tío Mariano “el flaco”, fue donde mi madre y le dijo - gordita, mira lo que te traje- y le alcanzó una caja de langostinos hermosos y congelados que venían de Tumbes. Mi madre guardó la caja en la congeladora, como las mamás guardan cosas, porque al final acumular es parecido a tener. Un día, tal vez un mes después del regalo, estaba en Lima Iain Martin, a la sazón secretario general de Amnistía Internacional, y lo invité con su gente a cenar a casa de mis padres. Como no sabía qué preparar saqué un viejo libro, que ya en la época era una antigüedad, no sé si por uso o por edad, de paginas amarillas y rugosas; todas las recetas eran del tipo “fría no sé qué con manteca de cerdo” o use “un batán”. De hecho venía de una época previa a la licuadora; debo decir que nosotros ya teníamos una licuadora antiquísima que mi padre había comprado con mucho esfuerzo, cuando aun tenía trabajo, en una cooperativa en la avenida Arequipa. Encontré una página rasgada que decía “Picante de langostinos” así que me dije-esta es la mía- me fui a la congeladora y saqué la dichosa caja.

Para ser sincero, ya no me acuerdo de qué iba la receta y con el tiempo la fui adaptando por aquí y por allá. La preparé en todas partes del mundo, porque no hubo lugar al que no fuera con mi sobrecito de ají panca, así fuese molido y si era en pasta, pues mejor. Cada bocado siempre me llevó a esa noche en casa, mis padres aún vivos y disfrutando como nunca. Peter Archer lavando los platos en la cocina, en una conversación entretenidísima con mi madre, Ian con Canela, mi perra sentada a su lado, muy británica ella, y sobretodo, los platos vacíos, gente contenta, meditabunda sobre qué fue que los llenó, qué los satisfizo, qué de bueno había ocurrido esa noche.

Este plato evoca la felicidad o la añoranza de la familia, los buenos momentos, la risa, la buena compañía y sobretodo Arequipa.

 
 
 

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